Antonio y Cleopatra by Colleen McCullough

Antonio y Cleopatra by Colleen McCullough

autor:Colleen McCullough [McCullough, Colleen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-01-01T05:00:00+00:00


XVII

Portus Julius se acabó a tiempo para que Agripa entrenase a los remeros y marineros durante todo el suave invierno que vio a Lucio Gelio Poplicola y Marco Cocceio Nerva asumir el consulado el día de Año Nuevo. Como siempre, el partidismo ganó sobre la neutralidad; la tercera persona imparcial en las negociaciones para el pacto de Brundisium, Lucio Nerva, se perdió en favor de la causa de su hermano, partidario de Octavio. Destinado a Roma por Antonio para mantener una acción vigilante, Poplicola decidió ostentar el cargo de gobernador de Roma; Octavio no quería verle reclamando ninguna victoria sobre Sexto Pompeyo para la facción de Antonio, todavía demasiado grande y vocinglera.

Sabino había sido un buen supervisor de la construcción de Portus Julius y quería asumir el mando, pero su tendencia a ser una persona de trato difícil lo hacía inadecuado a los ojos de Octavio; mientras Agripa estaba ocupado en Portus Julius, Octavio se dirigió al Senado con sus propuestas.

—Después de haber sido cónsul, estás en el mismo nivel que Sabino —le dijo Agripa cuando éste volvió a Roma para informar—, así que el Senado y el pueblo de Roma han dispuesto que tú, y no Sabino, serás comandante en jefe en la tierra y almirante en el agua. Bajo mi mando, por supuesto.

Dos años de gobernador en la Galia Transalpina, un consulado y la confianza de Octavio en su iniciativa habían obrado maravillas en Agripa. Cuando antes se habría ruborizado y habría rechazado cualquier alabanza, ahora simplemente se enorgullecía un poco y parecía complacido. Su grado de importancia —ninguno— no se había alterado, pero la confianza en si mismo había florecido sin manifestar ninguno de los tremendos fallos de Antonio; no había en él ningún signo de ociosidad de atención errática al detalle o de renuencia a ocuparse de la correspondencia de Marco Agripa. Cuando éste recibía una carta, la respondía de inmediato, y de forma tan sucinta que su receptor no experimentaba ninguna duda sobre la naturaleza de su contenido.

Todo lo que dijo Agripa en respuesta a la noticia de su enorme trabajo fue:

—Como tú quieras, César.

—Sin embargo —continuó Octavio—, te pediría humildemente que me buscases una pequeña flota o un par de legiones para comandar. Quiero servir en esta guerra personalmente. Desde que me casé con Livia Drusilia parece que he perdido el asma para siempre, incluso en contacto con los caballos, así que debería sobrevivir sin incurrir en otro nuevo montón de críticas y comentarios sobre mi cobardía. —Lo dijo con un tono natural, pero con una mirada vidriosa que desmentía su determinación de borrar cualquier marca de Filipos para siempre.

—Había pensado hacerlo de todas maneras, César —respondió Agripa con una sonrisa—. Si tienes tiempo, me gustaría hablar de los planes de guerra.

—Livia Drusilia tendría que estar aquí.

—Estoy de acuerdo. ¿Está en casa o comprando prendas?

La esposa de Octavio tenía pocas faltas, pero desde luego su amor por las prendas era una. Insistía en vestir bien, tenía un gusto impecable, y sus joyas —aumentadas por su marido regularmente— eran la envidia de todas las mujeres de Roma.



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